Historia de la Parroquia

La parroquia de San Pedro de los Arcos hunde sus raíces en lo más remoto de la historia de la propia ciudad de Oviedo. Es, por tanto, una de las parroquias más antiguas de Oviedo. No sabemos a ciencia cierta desde cuando se venera a San Pedro desde lo alto de este otero, pero consta que, en época romano-visigótica, en un momento indeterminado entre el siglo V a VIII, el lugar era ya ocupado por una capilla.

Lejos queda en el tiempo el nombre de D. Diego de León y Solares, cura de ésta allá por el 1740, el primero del que existe constancia y que lo fue hasta 1773, llegando a ser arcipreste de Oviedo en 1765.

Remoto nos queda ya también en el tiempo, aquel acueducto conocido como de pilares que Jovellanos calificara como “obra digna de romanos allá por septiembre de 1790 y que saciara la sed a nuestros conciudadanos del siglo XVI y que, además, incluso llegó a cambiarnos el apellido del Otero por el de San Pedro de los Pilares y finalmente por el actual de San Pedro de los Arcos.

Por aquel entonces, la humilde capilla, había dejado sitio a una pequeña iglesia de corte rural con una hermosa espadaña, que sirvió de lugar de culto a los parroquianos hasta que en 1910 se inauguró la actual, que como hermana pequeña de San Juan el Real, diseñó el arquitecto diocesano D. Luis Bellido.

Es de suponer que  a lo largo de los siglos, muchos fieles subieran a vivir su fe hasta el otero de San Pedro, fe que sin duda se manifestó de muchas maneras; desde el silencio íntimo y recogimiento interior, hasta la devoción hacia alguna imagen en concreto, bien del santo patrón, bien de san Antonio, imagen conocida en toda la ciudad que estuvo en la iglesia hasta su reforma de los años 70 y que ahora se encuentra en la parroquia de San Antonio de la Florida, o como el caso del Cristo de San Pedro, imagen de un Cristo crucificado dañado en los sucesos revolucionarios de 1934, del que desapareció la faz o mascarilla, lo que impedía su reconstrucción y que curiosamente, se halló en Zaragoza, llevada hasta allí por una devota que la había encontrado en un campo próximo a la iglesia. Esta persona, tras pasarla por el manto de la Virgen del Pilar, la devolvió a la parroquia para su restauración.

Y por supuesto, otra imagen querida no sólo por los feligreses de San Pedro de los Arcos, sino por muchos vecinos de Oviedo, es la conocida como La Borriquilla. Pertenecía este paso a D. Argimiro Llamas Rubio, quien lo tenía en la parroquia de la Corte de la que fue ecónomo de febrero de 1947 a noviembre de 1951. Tras ostentar la capellanía del colegio Covadonga de huérfanos de noviembre de 1951 a febrero de 1955, fue nombrado regente de la parroquia de San Pedro de los Arcos, cargo que ejerció hasta agosto de 1971. D. Argimiro permanece en el recuerdo de muchos feligreses que convivieron intensamente con él en esos años. Fallecido en 1983, el paso de La Borriquilla se quedó en San Pedro porque así lo quiso D. Argimiro.

A mediados del siglo XX tuvo ocasión de salir en procesión esta imagen por los alrededores de la iglesia, como atestiguan un par de fotos que conservo fechadas en 1958 y 1960, subida incluso en un camión que a modo de curiosas andas portaba la imagen.

No hay más referencias de que hubiese visto el sol ningún otro Domingo de Ramos, hasta que, en 1992, el Consejo Pastoral de la parroquia con D. Rafael Ortea de párroco, decidió que podría ser oportuno volver a procesionar con La Borriquilla y no se encontraron mejores andas para la ocasión que un “dúmper” aún lleno de restos de cemento.  Pero eso sirvió para que, en 1993, un grupo de feligreses decidiera llegada la ocasión de preparar unas andas más dignas, y el Domingo de Ramos de 1993, La Borriquilla, salió en sus nuevas andas de madera de castaño y sobre una plataforma con ruedas. Y así hasta que el 17 de abril del año 2011, un grupo de entusiastas formado y animado por miembros de la Cofradía del Santo Entierro y de Nuestra Señora de los Dolores, y por miembros de la parroquia de San Pedro, deciden dar un paso más y sacar la imagen de La Borriquilla a hombros; y así ese numeroso grupo de costaleros, hombres y mujeres sin hábitos ni capuchones, acompañados por la banda de cornetas y tambores de la Cofradía del Silencio y de la Santa Cruz, escriben una página más en ese extenso libro de la Semana Santa ovetense, procesionando por el entorno de nuestra iglesia parroquial, con incontestable éxito de participación, tanto de niños como de adultos, aceptación que sin duda hace mirar el futuro de esta iniciativa con optimismo.